martes, febrero 15, 2005


ENTREGA ESPECIAL PARA LOS LECTORES DE RADIOREPORTAJE DEL LIBRO;

La noche de Jaramillo
(PRIMERA PARTE)


Rubén Jaramillo a caballo


Por José Cabrera Parra

A Fanny (+), Pepe, Bernardo, Lourdes, Inma, Gianella, Lola, Josesito y José: mis razones de todo
A Manuel Ángel Núñez Soto, por su amistad y apoyo
La noche de Jaramillo

José Cabrera Parra

PRÓLOGOPor Raúl Macin A.

Conocí al periodista y escritor José Cabrera Parra en junio de 1979, cuando él era reportero del diario Excélsior y yo era candidato del Partido Comunista Mexicano para diputado en el segundo distrito electoral en el Distrito Federal. Él me hizo una entrevista que se publicó en la primera plana de dicho diario, en la que se destacaba la importancia de que un cristiano que había sido pastor metodista, fuera candidato a diputado del Partido Comunista Mexicano. Desde entonces le recuerdo con especial cariño por su objetividad e interés.Hoy, después de 25 años, me vuelvo a encontrar con él porque terminó de escribir un ensayo sobre Rubén Jaramillo, el inolvidable dirigente campesino del estado de Morelos, que se llama La noche de Jaramillo, y tuvo la generosidad de invitarme a escribir el prólogo del mismo. Acepté con gusto dado que Jaramillo es uno de los personajes en México cuyo testimonio ha influido más en mi vida y sobre todo en mis acciones como militante de la izquierda revolucionaria en México. En 1969, después de una reunión en el Consejo Mundial de la Iglesia en Ginebra, Suiza, el licenciado Julio Barreiro, entonces director de la Editorial Tierra Nueva de Montevideo, Uruguay, se me acercó para invitarme a escribir un ensayo sobre el caso que yo había planteado en la reunión, cuyo tema fue “El ecumenismo en la América Latina”. Dicho caso era precisamente el del pastor laico metodista Rubén Jaramillo que fue asesinado junto con su esposa Epifania y tres de sus hijos adoptivos, en Xochicalco, Morelos, el 23 de mayo de 1962 y cuyo testimonio fue silenciado sistemáticamente por las iglesias protestantes y sobre todo por la metodista, a la que él pertenecía.Jaramillo fue masón, metodista y miembro del Partido Comunista. Su primera esposa, que también se llamaba Epifania, era una mujer creyente y miembro fiel de la congregación metodista en el Higuerón y en Tlaquiltenango. Ella enseñó a leer a Jaramillo en la Biblia, en tanto que la segunda esposa no era creyente y sí en cambio buena para el manejo de las armas. Se sabe que por lo menos dos veces salvó a su esposa de sendas emboscadas a las que sus enemigos los habían atraído. De las dos Epifanias Jaramillo aprendió lo suficiente como para llegar a ser lo que fue: un guerrillero astuto, valiente y hábil que se mantuvo en pie de lucha desde 1943 a 1962.José Cabrera Parra, con ese su estilo tan directo y objetivo, describe, con los pelos de la burra en la mano, lo que sucedió a partir del último levantamiento jaramillista el 7 de marzo de 1954, cuando en Ticumán, municipio de Tlaquiltengo, tomó el pueblo y fusiló al regidor del ayuntamiento local, Hermelindo Barbieri y a los comerciantes Cándido y Diego Ortega. La lucha continuó hasta el 23 de mayo de 1962.Cabrera Parra asistió, en septiembre de 1957, a una reunión con Jaramillo en la que en nombre del gobernador López de Nava fueron también Antonio Pliego Noyola, secretario general de la Liga de Comunidades Agrarias y otros personajes. Desde entonces él le llama a esa reunión “La noche de Jaramillo” y no olvida que el dirigente campesino era “ligeramente alto, moreno, ojos zarcos, bigote blanquecino ralo, pantalón beige y una especie de guerrera. Voz suave con el sonsonete sureño ligeramente notorio”.La noche de Jaramillo es uno de los ensayos-testimonio que faltaban, sobre un personaje respecto al cual no se ha escrito mucho. Libros sólo recuerdo el de Froylán Manjarrez, Rubén Jaramillo: autobiografía y asesinato, y el mío, que escribí en 1969 después de la reunión en Ginebra y que se llama Jaramillo: profeta olvidado, publicado primero por Tierra Nueva en Uruguay y 10 años después por Editorial Diógenes en México, en 1979 y por Claves Latinoamericanas en el año 2000.En el caso de Froylán el énfasis estuvo en el ideario del dirigente, en el mío en el testimonio religioso tan burdamente ocultado por las iglesias. En el caso de Cabrera Parra es evidente la necesidad de recopilar lo que el periodista escribió durante esos años que de alguna manera es su testimonio de lo que vio, observó y supo de un dirigente honesto, valiente y decidido, al que de acuerdo con lo que el autor señala, le faltó la asesoría de un Otilio Montaño o de un Soto y Gama.Éste es un libro que se lee de corrido, de “una sola sentada y que no deja de llamar la atención debido a la objetividad del reportero testigo.Los jaramillistas solían decir que tres fueron los López que se juntaron para matar a Rubén y a su familia: López Avelar, el gobernador de Morelos; López Arias, el procurador general de justicia y López Mateos, presidente de la República. Y por una extraña coincidencia que ellos atribuyen a la venganza de Dios, los tres López murieron descerebrados. Lo curioso es que consideran a los tres López culpables, aun cuando Cabrera insiste en que uno de ellos, López Mateos, no tuvo nada que ver con el crimen.Bien, pues, por un testimonio como el que ofrece Cabrera Parra y bien porque a pesar de todas las complicidades la verdad sobre Jaramillo es ya inocultable.
Tetelcingo
El viejo Ford modelo 36 se detuvo finalmente después de haber dado vueltas y más vueltas por la ciudad de Cuautla, a fin de despistar a sus dos ocupantes. Las ventanillas, cubiertas de periódicos, impedían ver el camino en tanto el chofer y un acompañante guardaban total silencio. Pero todo aquel misterio se quedó pequeño al abrirse las portezuelas y aparecer ante nosotros un espectáculo que parecía arrancado de alguna película de la Revolución Mexicana; alrededor de muchas fogatas, un centenar o más de campesinos ensombrerados, con los rifles a un lado, tomando algún brebaje en jarros de barro: era éste el campamento de Rubén Jaramillo en el zocalito del pueblo indígena de Tetelcingo.Corría la segunda mitad del mes de septiembre de 1957. Antonio Pliego Noyola, secretario general de Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos del Estado de Morelos, había recibido instrucciones de su líder nacional Raymundo Flores Fuentes de entrevistarse con el insurrecto que se había levantado en armas el 7 de marzo de 1954, cuando en Ticumán, municipio de Tlaquiltenango, a las tres de la mañana, “fusila” en la plaza del pueblo a Hermelindo Barbieri, regidor del ayuntamiento local y a los comerciantes Cándido y Diego Ortega, y secuestra a Pablo Cabrera, consejero del ingenio Emiliano Zapata de Zacatepec, Morelos. El hecho daba inicio a uno de los acontecimientos políticos más importantes desde el fin de la Revolución Mexicana, ya en la época en que el país transitaba tiempos institucionales. Conflicto que había de prolongarse hasta el año de 1958 y que tendría un desenlace dramático en 1962.Repuestos del impacto que nos causó la visión revolucionaria que nos había regresado instantáneamente a la década de los veinte, un “jaramillista” vestido de manta que alguna vez había sido blanca, fusil al hombro, nos condujo a una casa cercana en donde se encontraba Jaramillo: ligeramente alto, moreno, ojos zarcos, bigote blanquecino ralo, pantalón beige y una especie de guerrera. Voz suave con el sonsonete sureño ligeramente notorio:–Creí que habíamos quedado de reunirnos solos –dijo con cierto ligero tono de reproche.–No te preocupes, Rubén, Pepe Cabrera es mi amigo y amigo de toda la confianza del Profesor Flores Fuentes, que te saluda y me encarga darte el saludo del señor presidente Ruiz Cortines –respondió Antonio Pliego.En efecto, Antonio Pliego me había invitado a acompañarlo en aquella ocasión por ser un asunto verdaderamente trascendente no sólo para la vida de la entidad morelense sino para todo el país. La amistad que guardaba con el líder de la Confederación Nacional Campesina me había permitido, a pesar de mi condición de periodista, estar presente en las negociaciones que habían de marcar un hito en la historia de México. Independientemente de otras actividades diversas que desarrollaba, era por ese entonces colaborador del semanario El Morelense, del que era dueño y director mi entrañable amigo Juan Zárate (qepd), quien también se desempeñaba como corresponsal del periódico Excélsior. Nadie hubiera podido decirme en aquella ocasión que corriendo el tiempo, yo mismo colaboraría en “El periódico de la vida nacional” y que las notas que escribí, y que Juan Zárate utilizó también para sus despachos, serían con las que iniciaría una carrera que hoy culmina 50 años de ejercicio.¿Quién era aquel hombre a quien enfrentaba aquella noche, que desde entonces llamé La noche de Jaramillo? ¿Por qué era tan importante aquella reunión a la que asistía el líder de los campesinos de Morelos en nombre de su líder nacional y del presidente de la República Adolfo Ruiz Cortines? Por lo pronto, diré que para esos entonces, Jaramillo encarnaba la inquietud de los campesinos morelenses, quienes a pesar de haber sido los padres de la Revolución Agrarista junto con su caudillo Emiliano Zapata, eran víctimas aún de la explotación y de la injusticia. Rubén –con quien después hice cierta amistad– había seguido primero por los caminos legales los reclamos de los trabajadores del ingenio de Zacatepec, el que, como veremos más adelante, se creó a instancias de él por el general Lázaro Cárdenas del Río.Saturados esos caminos y todos los recursos legales, Rubén, quien poseía el don y la limpieza ideológica de los verdaderos luchadores sociales, tomó la grave decisión de seguir el camino de las armas, y en aquella madrugada de 1954 al frente de un centenar de hombres armados y a caballo, entró en el pueblo de Ticumán, municipio de Tlaquiltenango, sacó de sus casas al regidor Barbieri, a los comerciantes Cándido y Diego Ortiz, a los que, formándoles “cuadro”, fusiló en la plaza del pueblo. Los tres, según Jaramillo, eran socios en la explotación de los campesinos y le sirvieron al nuevo revolucionario para enviar el mensaje de que los tiempos de la ira, frente al fracaso de la ley, habían regresado. A Pablo Cabrera, consejero del ingenio de Zacatepec, se lo llevó “detenido”, a fin de fincarle responsabilidades y dictarle posterior sentencia.
Su historia
Jaramillo nace en 1898 en el Mineral de Zacualpan, Estado de México. Su padre fue Atanasio Jaramillo y su madre Romana Ménez Nava, quienes por razones económicas cambian su domicilio a Tlaquiltenango, estado de Morelos, en donde crece y medio asiste a la escuela primaria en la que a lo sumo aprende a medio leer y a escribir y por la vía autodidacta adquirió el resto de su educación.No existe forma de saber si por sus padres o por él mismo se interesa en cuestiones religiosas que lo llevan a diferentes confesiones y termina por abrazar el protestantismo en el cual se hace pastor metodista, sin llegar a ejercerlo a plenitud. Sin embargo, esta formación religiosa le permite entender no pocas cosas de la vida, entre ellas las injusticias sufridas por los hombres del campo, y a través de esa profesión religiosa se forma un carácter de líder desde su muy pobre juventud.Es muy interesante en el proceso de investigación de su vida, saber que en sus escritos posteriores, y en un libro que supuestamente se debe a su propia mano –una autobiografía– jamás usa la primera persona ya que su religión evangélica se lo prohíbe. Por eso, dicen sus más importantes biógrafos, Froylán C. Manjares y Raúl Macín, “sus escritos están en tercera persona, pues se le prohíbe hacer elogios de sí mismo”.El torbellino de la Revolución de 1910 le sorprende cuando aún no despuntaba de lleno en la vida. Alrededor del año 1913, cuando apenas tenía 15 años, buscó unirse a los revolucionarios sin lograrlo, aunque sus intentos lo llevaron a asumir, en forma un tanto superficial, los ideales que perseguía el zapatismo morelense sin que ello le diera una visión más allá de los alcances que tendría el movimiento. Pero para esas fechas ya había prendido en él, sin que lo entendiera suficientemente, el espíritu de la lucha social. Corridos los años, luego de su incursión nocturna en Ticumán, como era natural, le tacharon de bandolero, le acusaron de utilizar las armas para hacerse de dinero y de alguna manera esas acusaciones desvirtuaron sus verdaderas ambiciones sociales. Pero ya encarrerado marginalmente a la Revolución, en los años de 1914 y 1915 se une a las fuerzas del general zapatista José Zorrillo, con quien aprende y conoce lo que es la Revolución ya en el combate. Siempre inquieto, con el empuje que da la temprana juventud, acepta la invitación del coronel zapatista Dolores Oliván, que lo había visto desempeñarse en algunos combates, y ya en las fuerzas de éste recibe la oportunidad de asumirse como capitán primero de Caballería. Cercano ya el fin de la Revolución, Rubén Jaramillo fue apresado momentáneamente por los carrancistas en Tetelcingo, pero logró huir y se trasladó a Guerrero, en donde se reunió con Oliván.Muchos sucesos hicieron que Jaramillo se separara de las fuerzas de aquel hombre que le había dado la oportunidad de unirse a la Revolución y le había dado su primer grado militar –el único que por cierto tuvo en la Revolución–, pero se decidió por otros caminos, regresó al Estado de Morelos en donde sentó sus reales y en donde habría de escribir su propia historia en la cual, por cierto, años después, moriría víctima de la traición criminal.El hombre que más tarde sería asesinado por la sevicia de un sistema político que gradualmente se iba alejando de los principios revolucionarios, y que fuera calificado como “bandolero” y saqueador, era sin embargo ya por los años de 1917, 1918 y 1919 un observador agudo del acontecer social y político y un crítico enérgico del camino que iba tomando la Revolución. Su corta o nula cultura, le daban sin embargo la suficiente agudeza para el juicio lapidario. En el año de 1918, ya de regreso a Morelos, Jaramillo observó que la Revolución, y sobre todo la causa revolucionaria del sur encabezada por Emiliano Zapata, empezaba a declinar y a cambiar la lucha social por acciones de pillaje en los pueblos y haciendas. En una ranchería llamada Santiopa, Jaramillo, hablando a sus escasas fuerzas, les dijo en ocasión memorable: “Todos nosotros somos testigos de cómo nuestra Revolución, quizá por mala táctica de nuestros jefes superiores, va en muy marcada decadencia, y la actitud poco reflexiva de muchos revolucionarios en contra de las gentes del pueblo le está dando armas al enemigos y quizá muy pronto esta lucha que tanto ha costado venga a quedar por los suelos, y más si algún día llega a faltar ante nosotros el general Zapata, de lo cual estoy seguro ya no habrá quien lo sustituya, ya que en su mayoría, los jefes, lejos de ayudarlo, le crean problemas difíciles, y hombres como el general Zapata no hay muchos y quizá este hombre, ya cansado de esta terrible lucha de armas, enderezada a entregar las tierras al pueblo, pueda irse muy lejos a entregarse por desesperación en manos del enemigo, y de esta manera dejar a los incomprensivos que de una vez hagan cuanto quieran en daño de ellos mismos. Pero también creo que el general Zapata, muy a pesar de todo, nunca podrá abdicar de sus elementales principios de justicia social”.Como puede verse ahora con el cristal del tiempo corrido, las palabras de Rubén Jaramillo a sus hombres resultaron proféticas: poco más de un año después, el 10 de abril de 1919, Emiliano Zapata caía asesinado en Chinameca por las fuerzas federales comandadas por el entonces teniente forrajista Rodolfo Sánchez Taboada, que al correr de los años sería uno de los prohombres de la Revolución institucionalizada, ocupando el cargo de presidente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), tercer organismo político que junto con el Partido Nacional Revolucionario (PNR) y el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) gobernarían el país a lo largo de siete décadas. Y así era, en efecto, en aquellos años que describe Jaramillo en su Autobiografía. La Revolución Mexicana había entrado en una espiral en la que los asesinatos de los caudillos suplían las muertes en combates, y en donde se empezó a dar la lucha entre el norte y el sur por los dividendos que la lucha armada prometía. Y en el sur, en Morelos, las cosas no eran muy diferentes, ya que, muertos algunos de los principales caudillos del zapatismo, y ante la embestida fiera del carrancismo contra el sur, la disciplina se relajaba a ojos vistos.De todos modos, al menos por aquel momento, la Revolución del sur había conseguido lo que sin duda sería su principal logro, la inclusión de los ideales agrarios en uno de los artículos fundamentales de la Constitución, el 27, que estipulaba la legalidad de los derechos de los campesinos mexicanos, logro obtenido en Querétaro el 5 de febrero de 1917 por los zapatistas encabezados por don Antonio Díaz Soto y Gama, jurisconsulto que militaba en las filas de Emiliano Zapata.¿Jaramillo había tenido alguna visión misteriosa que le revelara lo que habría de suceder? No lo sabemos, pero en su discurso ante sus fuerzas en Santiopa, llegó a la conclusión de que la lucha tendría que empezar a cambiar “frente a las condiciones de fatal decadencia revolucionaria, nosotros de ninguna manera debemos ir a entregarnos en las manos de nuestros enemigos que, a base de fuertes compromisos con los norteamericanos y las plutócratas naciones, hoy se han fortalecido reclutando gentes a sueldo para combatirnos”. Cabría preguntar si la muerte de Zapata no haya sido consecuencia de estas negociaciones que a la postre darían fin a la vida del Caudillo del Sur.Visionario Rubén Jaramillo, a quien años más tarde asesinarían herederos de aquellos que asesinaron a Zapata, decidió licenciar a sus tropas y trasladar su lucha a otros campos. Sus palabras finales a sus fuerzas no dejan duda de su personalidad de dirigente e idealista: “El pueblo, y más las futuras generaciones, no permitirán vivir como esclavas, y será entonces cuando de nueva cuenta nos pondremos en marcha, y aunque estemos lejos los unos de los otros, no nos perderemos de vista y llegado el momento nos volveremos a reunir. Guarden sus fusiles cada cual en donde lo puedan volver a tomar”.Frase ésta que sin duda justifica y explica su nueva lucha cuando ya la Revolución Mexicana se había vuelto constitucional y cuando sus usufructuarios no alcanzaron a comprender la profundidad y las razones de la lucha emprendida por Rubén Jaramillo en 1954. Y que, peor aún, hoy siguen sin entender.Los años corridos hasta la década de los treinta no arrojan datos sobre acciones específicas realizadas luego de la terminación de la Revolución y, sobre todo, en su libro autobiográfico no relata acontecimientos sobresalientes. Incluso, extrañamente, en nada se refiere a la muerte de Emiliano Zapata que, según las citas calendáricas de su vida, le sorprende en Morelos atento a los acontecimientos de los finales revolucionarios. En los momentos que años más adelante tuve la oportunidad de platicar con él, el tema fundamental de su conversación se alejaba ya mucho de aquellos acontecimientos. Sólo fue posible documentar que en un espacio de al menos una década dedicó su tiempo a la siembra, sobre todo de caña, que habría de llevarle a otros momentos cruciales de su vida: su relación y amistad con el general Lázaro Cárdenas, la que se prolongaría hasta los años de su muerte, como lo veremos más adelante.Rubén Jaramillo conoce al general Cárdenas cuando éste es postulado por el Partido Nacional Revolucionario (PNR) a la Presidencia de la República y visita el estado de Morelos en su gira proselitista. Ya el revolucionario que ocupaba un importantísimo lugar en la historia de México tenía noticia de Rubén Jaramillo por su tío político, el ingeniero Antonio Solórzano, quien le había hablado de aquel inquieto joven que encabezaba una corriente política en la entidad y que buscaba el cumplimiento de los postulados de la Revolución. Según datos diversos obtenidos, algunos de ellos en forma directa con Jaramillo, la primera entrevista con el general Lázaro Cárdenas se da en la zona de Zacatepec, en la cual el futuro caudillo le plantea al divisionario las tristes condiciones en que se encuentran los campesinos cultivadores de la caña de azúcar, explotados por nuevos encomenderos de los nuevos ricos políticos. Allí, en esas tierras ricas para la agricultura y sobre todo para el cultivo de la caña de azúcar, Rubén Jaramillo le hace al candidato presidencial una petición que marcaría su misión en los años venideros: la creación de un ingenio azucarero en Zacatepec, que al mismo tiempo que permitiera la explotación racional de la caña, fuera el conducto para que la justicia social alcanzara al campesinado regional.Convencido de la hondura del problema, el general Lázaro Cárdenas acepta y asume el compromiso de construir en esas tierras un ingenio azucarero. La promesa, como tantas otras que hizo y cumplió el de Jiquilpan, fue cumplida, y en 1938, en el mismo año de la expropiación petrolera, el ingenio Emiliano Zapata fue inaugurado solemnemente: en marzo de ese mismo año, por acuerdo del ya presidente Lázaro Cárdenas, Rubén Jaramillo tomaba posesión como presidente del Primer Consejo de Administración de la nueva factoría.Estaban muy lejos los años de la terrible tragedia en la que muere Rubén Jaramillo asesinado junto con su familia; muchas lunas habrían de pasar y muchos acontecimientos le habrían de ayudar a afirmar su perfil agrario, el que con el tiempo sin duda se verá mayormente definido al interesarse en él algunos investigadores de la historia de Morelos y de México.En tanto, y como suele suceder en la política mexicana, los políticos empiezan a ver en la nueva industria un filón de oro para sus ambiciones personales, y el ingenio Emiliano Zapata no fue la excepción. No tardó Jaramillo en enfrentarse con estos problemas y en chocar con el gerente Maqueo Castellanos y González Aparicio por las naturales diferencias de visión y de criterio, o tal vez, concediendo, la impreparación de Rubén, por su desconocimiento de todo proceso comercial e industrial.¿Cuándo dejó Jaramillo su cargo de presidente del Consejo? No lo sabemos. Lo que sí sucedió es que, creada la Confederación Nacional Campesina por el profesor Graciano Sánchez por la inspiración del presidente Cárdenas, Rubén Jaramillo se afilia a ella recibiendo el cargo de delegado en la ciudad de Jojutla, desde el cual se une a la lucha social campesina. Por esos años, en 1943, muere su madre en Tlaquiltenango, lo cual, según nos comentó en alguna ocasión, significó un rudo golpe para él, ya que aquella era una mujer que, a pesar de su condición humilde, le inculcó la pasión por la justicia. Ciertamente, en esos años, antes del acontecimiento de Ticumán en 1954, la vida de Rubén Jaramillo se desenvuelve sin acontecimientos relevantes.


Profesor Raymundo Flores Fuentes, secretario general de la Confederación Nacional Campesina, cabeza de las negociaciones con Jaramillo. Al centro, José Cabrera y Ana María Zapata

El levantamiento armado de 1954

Aquella noche de diciembre de 1957 poco o nada sabía yo de la vida de este hombre. Ciertamente, entendía que representaba a un acontecimiento que había estremecido al estado de Morelos y a la nación entera y que por espacio de cuatro años había tenido en jaque al Ejército, que empezó a perseguirlo desde el día mismo de Ticumán sin lograr abatirlo.En cierta ocasión, conversando con el entonces secretario del Trabajo en el gobierno de don Adolfo Ruiz Cortines, licenciado Adolfo López Mateos, el futuro presidente me comentó que él creía que “la solución al problema jaramillista es la negociación directa. Si seguimos e intensificamos la solución militar corremos el riesgo de extender el conflicto a otros estados con las consecuencias que ya empezamos a ver”.La conversación con el futuro presidente se dio en una de varias oportunidades en casa de don Isidro Fabela Alfaro, por aquellos ayeres mi maestro y más tarde padrino y benefactor por su amistad generosa: en su casa de Chapultepec, en la ciudad de Cuernavaca, el maestro, ilustre internacionalista y gran mexicano, solía organizar algunos jueves comidas a las que asistían diversas personalidades, una de ellas quien había sido su colaborador en los años de la gubernatura del Estado de México como director, primero, del Instituto Científico y Literario de Toluca, luego Universidad del Estado, creada por esas dos personalidades históricas.Tenía Razón López Mateos. Desde el principio del conflicto el Ejército Mexicano empezó a tener dificultades para abatir al nuevo guerrillero que se mostraba diestro en el combate. Como era natural, fuerzas de la 24 Zona Militar en Cuernavaca, al mando del general Julio Pardiñas Blancas, salieron en su persecución y se trabó el primer combate en el Cerro del Jilguero, en Tlaltizapan, sin que Jaramillo haya sido capturado, combate en el que murieron más de 10 campesinos pero también por lo menos seis soldados.Las noticias del acontecimiento inquietaron sobremanera a los morelenses, que a la sazón eran gobernados por el general de División Rodolfo López de Nava, hombre ciertamente bondadoso al que el conflicto jaramillista le puso en serios predicamentos. Ya de por sí desde el punto de vista político y de gobierno las confrontaciones entre el gobierno del estado y el gerente del ingenio de Zacatepec eran agudas, debido a que este último, por su fuerza económica y las ligas políticas con el gobierno central, actuaba como una segunda fuerza de poder en la entidad. Tal vez una de las etapas más conflictivas fue la del gerente Eugenio Prado, un político de corte antiguo, parco de palabras, pero que tenía fuertes relaciones con los presidentes Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos, en cuyo primer caso se había desempeñado como senador de la República y jefe del control político de ese cuerpo legislativo.En alguna ocasión, el general López de Nava me comentó que si bien el asunto de Jaramillo era un problema para su gobierno, él no tenía en lo personal agravios con el insurrecto, y que los problemas de éste eran fundamentalmente con el ingenio de Zacatepec y sobre todo con el gerente y con funcionario menores.Posteriormente, la actividad de Jaramillo previa a Ticumán se centraba en torno a Zacatepec por las condiciones injustas y vergonzosas en las que mantenía a los campesinos y a centenares o miles de trabajadores que año con año acudían de diversas partes del país a trabajar en la zafra, tiempo en que ni siquiera les facilitaban en donde vivir con sus familias, por lo que éstos tenían que construir chozas de palma, cuando bien les iba, o vivir casi a la intemperie, mientras los privilegiados, incluyendo también a los trabajadores sindicalizados, gozaban de todos los privilegios. “El asunto Jaramillo es un asunto de Zacatepec más que nuestro”, me dijo el gobernador López de Nava, quien sin embargo se mantenía atento a los acontecimientos. Desde sus inicios, la parte principal de las acciones contra el rebelde fue asumida por el gobierno federal, sobre todo desde el punto de vista militar. Hoy puedo recordar que también el general López de Nava era partidario de la negociación más que del uso de la fuerza. Es justo señalar aquí que, salvo el conflicto jaramillista, el periodo lopeznavista fue de tranquilidad social en la entidad.No habían transcurrido seis meses desde el levantamiento de Ticumán, cuando el mando central del Ejército hubo de relevar al general Pardiñas Blancas ante el fracaso experimentado frente a los rebeldes. Aun cuando, como es costumbre, los datos sobre bajas militares son reservados por el Ejército, sí se pudo saber en aquella ocasión que en esa primera etapa fueron abatidos más de 60 soldados.En sustitución del general Pardiñas fue designado el general Pablo Díaz Dávila, quien intensificó las acciones contra los rebeldes, habiéndose movilizado tropas traídas desde Guerrero e incluso de la ciudad de México. Según nuestros datos, Díaz Dávila permaneció cerca de tres años al mando de las operaciones sin que haya habido resultados satisfactorios. En esos días, se especuló con el hecho de que Jaramillo, quien había regresado de Chietella, Puebla, a donde había ido a replantar sus estrategias, había sido herido y tal vez muerto. La noticia resultó no ser cierta, y lo que sí se supo fue que Rubén, herido, estuvo a punto de ser ultimado por un soldado en el momento en que Epifania Zúñiga, su mujer, ultimó al soldado con su pistola calibre .45.Capítulo aparte merece la personalidad de Epifania Zúñiga, una mujer del pueblo, bajita de estatura y enorme en su valor y decisión. Cuando se iniciaron los contactos con Jaramillo para una posible amnistía, ya el general Pablo Díaz Dávila había sido relevado del mando y sustituido por el general de brigada Alfredo Sarralangue López, veracruzano que fue quien finalmente testificó los acuerdos tenidos. Los datos sobre las bajas militares habidas no es posible afirmarlos, pero se dijo que más de 450 soldados habían caído en los casi cuatro años que duró la fase armada del jaramillismo, lo que por sí solo revela la intensidad del problema, y la diferencia con el llamado “Ejército Zapatista” de Marcos, en cuyo inicio, a los primeros balazos, los “levantados” salieron corriendo despavoridos.
A grandes rasgos, ése era Rubén Jaramillo, el hombre al que aquella noche en Tetelcingo traté por vez primera. Tal vez debería consignar también como dato importante, probatorio de su actividad política, que le dan un perfil diferente al de un bandolero que se le quiso dar luego del ataque a Ticumán. En la campaña para gobernador de Morelos en la que salió electo el gran Rodolfo López de Nava, Rubén Jaramillo jugó como candidato de la llamada Federación de Partidos del Pueblo Mexicano, saliendo, desde luego, derrotado.Será necesario ahondar en el análisis del conflicto jaramillista, de sus razones y de sus raíces, pero para efectos de la experiencia vivida como periodista aquella noche de diciembre de 1957, el perfil que hemos hecho de Jaramillo puede ser suficiente. Podemos afirmar, sin embargo, que el interés mostrado por los líderes campesinos Flores Fuentes y Antonio Pliego Noyola, así como por la Presidencia de la República igual de Ruiz Cortines que de López Mateos, prueba lo importante y trascendente de los acontecimientos. Que la entidad morelense y el país no podían seguir arriesgando la paz social ante el peligro de una escalada del conflicto, era un hecho. Si las armas, a lo largo de casi cuatro años no habían tenido éxito, el camino de la negociación política era el indicado. Y era el que se iniciaba en aquella noche, en aquel momento, en aquel lugar en donde tuve la oportunidad de estar presente. La historia de los pueblos se forma de sucesos aislados pero trascendentes, como fue la experiencia del levantamiento jaramillista, y la prueba dada por políticos de otra dimensión como Adolfo López Mateos de que la razón siempre será más efectiva que la fuerza.Como era natural, la incursión de Rubén Jaramillo en Ticumán fue noticia de primera plana en la prensa local y nacional, la que la abordó desde diversos enfoques, aunque todos coincidieron en que los hechos serían fácilmente controlados por el Ejército, cuya 24 Zona Militar movilizó varios cientos de soldados que, corrido el tiempo, serían miles.El lunes 8 de marzo (1954) Excélsior publicó el despacho de su corresponsal en Cuernavaca, Juan Zárate, quien en no más de dos cuartillas pormenorizaba el acontecimiento:Cuernavaca, Mor.–Marzo 7.– El bandolero Rubén Jaramillo entró hoy en la madrugada al frente de 30 hombres armados a Ticumán; asesinó en la plaza principal a los comerciantes Cándido y Diego Ortiz y al Regidor del Ayuntamiento Hermelindo Barberi; dejó moribundo al funcionario de la Policía Antonio Castillo y secuestro a Pablo Cabrera, Consejero del Ingenio de Zacatepec.– Los hechos ocurrieron a las dos de la madrugada y casi todos los elementos de la Zona Militar que comanda el Gral. Julio Pardiñas Blancas salieron en persecución de los facinerosos.– Desde hace varios días, Jaramillo anda cometiendo tropelías de las cuales la última fue el secuestro del Inspector del Ingenio de Zacatepec Ángel Abundis, por el cual obtuvo la semana pasada $30.000.00 de rescate.– El bandolero Jaramillo entró a Ticumán y fue directamente a la tienda de los hermanos Cándido y Diego Ortiz que son hermanos de Teodomiro, político y ayudante de varios de los gobernadores que ha habido en Morelos. Los hizo levantar de su cama y en su presencia ordenó a sus hombres que saquearan la tienda tras de lo cual golpeó a los dueños, los llevó a la plaza principal, formó un cuadro y los fusiló.– Disparando sus armas y profiriendo gritos recorrió solitarias calles hasta la casa del Regidor Hermelindo Barberi allanando su casa. Lo hizo llevar hasta la plaza principal y lo fusiló también.– Luego fue a la casa del Consejero Campesino del Ingenio de Zacatepec, Pablo Cabrera, y lo secuestró. Se supone que se lo llevó para exigir rescate.– Ya cuando se retiraban salió Antonio Castillo funcionario de la policía, quien grito: “alto, en nombre de la Ley” y lo acribillaron a tiros.– Los médicos dijeron que es muy difícil que se salve y temen que no pase la noche.– Vecinos de Ticumán dicen que oyeron al bandolero Jaramillo gritar que iba a vengar a Pedro López... (éste era su lugarteniente y fue muerto por las fuerzas federales hace uno cuantos días) cuando los bandidos salieron del pueblo se formaron grupos de vecinos armados, que acompañaron a los parientes de los muertos para recoger los cadáveres, y en la mañana enviaron a Cuernavaca una comisión que vino a poner los hechos en conocimiento del gobernador y a pedir garantías.– Inmediatamente salieron soldados federales a perseguir a Jaramillo y sus secuaces, que de nuevo se remontaron en la sierra”.


Una de las últimas fotografías tomadas a Rubén Jaramillo y su esposa Epifania Zúñiga en Tlaquiltenango, Morelos. (Foto tomada del periódico Presente)

Sobre el dato de que Jaramillo había recibido la cantidad de 30 mil pesos por la liberación de Ángel Abundis, no existen pruebas de ello a lo largo del conflicto, el líder agrarista siempre fue objeto de ese tipo de acusaciones que de haber sido ciertas le hubieran permitido llevar una vida cómoda con ciertos lujos. Pero la forma modesta en que siempre vivió desmiente tales versiones. El 8 de marzo, Juan Zárate envía a su periódico Excélsior el siguiente despacho:
Martes 9 de marzo de 1954. SEVERA REPRESIÓN DE LOS BROTES DE BANDOLERISMO.– LA DEFENSA INFORMA QUE DOS CORPORACIONES PERSIGUEN YA AL ASALTANTE JARAMILLO.– El gobierno federal está dispuesto a mantener el orden y a dar garantías en el campo para que los agricultores y ganaderos puedan dedicarse sin preocupaciones a cooperar en el desarrollo del programa de aumento a la producción que se está llevando a cabo en todo el país.– Lo expuesto se desprende de los conceptos que pronunció ayer el Secretario de la Defensa, divisionario Matías Ramos, momentos antes de su acuerdo con el Presidente de la República, al referirse que se procederá con energía contra grupos de bandidos como el encabezado por Rubén Jaramillo.– Indicó también que la actitud asumida por Jaramillo amerita una acción más activa por parte de las fuerzas federales, por cuyo motivo, las encargadas de su persecución serán reforzadas.– Un regimiento de caballería y un batallón de infantería de línea son las fuerzas federales que persiguen implacablemente a los bandoleros que capitanea el asaltante Rubén Jaramillo.– Según se supo ayer en la Secretaría de la Defensa, de Cuautla, Morelos salió en persecución de los malhechores el 7º. Regimiento de Caballería que guarnece esa plaza, mientras que de Cuernavaca iniciaba la búsqueda de los asaltantes el 32º. batallón de infantería de línea.– El primer contingente es comandado por el Gral. Brigadier Salvador del Toro Morán y el 2º. por el Coronel José Salazar Zataráin.”
“ESCURRIDIZO MALHECHOR.– Rubén Jaramillo, capitán de un grupo de bandoleros, es uno de los más audaces y escurridizos malhechores de los tiempos modernos. Lo mismo opera en el monte que en los pueblos y aun en ciudades de importancia, según informes recabados en varias fuentes incluyendo algunas oficiales.– En ocasiones se ha hecho pasar como revolucionario y soldado, otras como líder henriquista, sin serlo. También ha pasado como sacerdote católico y aun como pastor protestante. Se le ha visto en más de una ocasión guiando una recua de mulas cargadas de mercancías o a bordo de un lujoso automóvil.– Hace 15 días –según datos recabados– este poliédrico bandolero fue aprehendido cerca de esta capital y conducido a ella con la debida custodia. La captura permaneció en secreto. Sin embargo, a los cuantos días, y sin que nadie se lo explique, Rubén Jaramillo escapó del separo en donde se encontraba.– Todos los policías de México se movilizaron en persecución del malhechor, pero consiguió ganar el cerro y por vericuetos sólo por él conocidos, llegó hasta una de sus guaridas, donde ya era esperado por los integrantes de su banda. Éstos no pasan de una treintena.–– Se cree que se internó cerca de Yautepec, ya que ahí se encuentra su principal zona de acción, aunque también se le ha visto con frecuencia en Topilejo, lugar próximo a la capital.– Tiene una costumbre: nunca lucha contra el Ejército, seguramente para no exponerse a caer bajo su brazo de hierro, en cambio es enemigo declarado de la Policía Judicial, llámese estatal o federal.– Precisamente los dos individuos que se dice eran comerciantes en Ticumán, Mor., y que fueron asesinados a balazos, como el regidor del ayuntamiento, Hermelindo Barbieri y el policía Antonio Castillo, también atacados por los forajidos, eran miembros de la Policía Judicial Estatal.”

CONTINUARA.....

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